domingo, 25 de noviembre de 2018

LA BELLEZA DEL SENTIDO


Al borde de lo desconocido
se presenta ante mí
un cruce súbito de caminos
desviados, divididos entre sí.

Dos cortan la vereda,
perpendicularmente
a la vía que queda
y revolotea por mi mente.

Uno, gris y carcomido,
desgastado, por el paso del tiempo
y a causa del olvido;
imprime en mi ser la huella del miedo.
El temor a lo desconocido.

Otro, brillante, hermosamente
colorido, esconde a la vista
la piedra, al que es inherente.
Es la desconfianza que me insta
a tornar y redescubrir mi frente.


Sudor frío y cobardía:
ambas expresiones de lo mismo,
siendo, en forma, diferentes.

Anhelo del destino tras tan oscura,
gélida, imponente, horrorosa selva, 
me lleva a observarlo detenidamente.

El camino, mi camino,
el que continúa al frente,
es sincero, puro y recto.
Es honesto sin ser amable.

Deja vislumbrar mi sino, tal y como
un agujero en el centro del pecho
del hombre más podrido, con asombro
permite observar un corazón
que existe, que es un hecho.

Muy simple, ved, mi situación,
mas complicadísima la decisión
que necesariamente sigue.


Daré un paso, y luego otro.
Después serán dos, tres, diez.
Completaré mi vía, recta y conocida,
apoyado en la verdad respetuosa
ofrecida a mi persona: el sufrimiento,
fascinante y compleja belleza dolorosa.
Las espinas de las lindes cortarán 
mi piel (aún) no muy curtida.
La oscuridad hastiará mi mirada 
hasta que instado por la última,
abra los ojos por vez primera.
Mis pies descalzos y ya doloridos
cargarán el peso de mi alma,
su ingenua e inútil estética
sacrificada.

Caminaré, caminaré firme con rumbo fijo.
Aprenderé, aprenderé con infantil ansia,
que el dolor, que el sufrimiento, son
a la vez parte y ajenos al camino.
Me aferraré poderosamente al deseo,
al deseo de estar
realmente vivo.