Iba un día un hombre caminando con calma por el camino que recorría todas las tardes, en busca de leña. Encontróse, de pronto, un muchacho sentado sobre la hierba, jugando a escribir rimas y cortos relatos paradójicos en el suelo pedregoso de la vía con una tiza. ¿Quién era? ¿Qué pretendía aquel pequeño ingenuo, aún novato, con esas palabras? ¿Por qué las usaba de esta forma tan banal e impertinente? El muchacho cortó sus pensamientos, que le habían hecho parar un segundo en su trayecto.
—¿Puedo hacer algo por usted?
—Lo dudo.
—...
—Está bien, respóndeme a una pregunta: ¿a qué te dedicas exactamente? No he podido evitar leer algunas palabras y no logro discernir su propósito.
—Estoy, simplemente, narrando lo que veo, lo que oigo, lo que siento; en definitiva, intento, siendo consciente de la incoherencia, explicar la vida.
—No puedes hablar de la vida e inventarte las reglas.
De un gesto brusco apartó la cara el hombre, dirigiéndose de vuelta a casa avergonzado, casi podría decirse decepcionado consigo mismo por la increíble necedad de interesarse por las locuras de aquel muchacho. Lo que no sabía es que acababa de ver nacer al primer Poeta.
La consistencia es el campo de juego de las mentes obtusas.
Y.N. Harari (Sapiens. De animales a dioses)
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